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Sarcire: Psicología de los accesorios |
Olvídate de mirarla a los ojos. Si
quieres saber cómo es una mujer, mira su bolso». Así comienza el superventas
How to Tell a Woman by Her Bag, en el que la analista social Kathryn Eisman
clasifica distintos arquetipos femeninos en función del bolso que utilizan.
Aunque la frase pueda sonar poco científica, lo cierto es que está respaldada
por toda una tradición psicológica que ve en la moda, en general, y en los
bolsos y los zapatos, en particular, potentes objetos de estudio desde los que
analizar la personalidad de su dueño. Empezando por el mismísimo Freud, quien
los consideraba símbolos genuinos de la sexualidad femenina, y terminando por
Jean Claude Kaufmann, director del Centro Nacional de Sociología francés, que
analiza en el libro Le Sac (2011) la historia de la emancipación de las mujeres
a partir los cambios que ha experimentado este accesorio.
La práctica apoya la teoría: de media,
las mujeres poseen 19 modelos distintos de bolsos, según un estudio global
realizado por la consultora británica Diamond. Y de acuerdo con el análisis
anual realizado por Bain&Co., bolsos y zapatos ocupan un 28% de la cuota de
mercado, por encima de la ropa, de los relojes y de los automóviles. Cuando se
trata de ellos, no apelamos al capricho, sino a la inversión. Incluso se habla
de coleccionismo y de adicción. «Para muchas mujeres no son meros accesorios,
son objetos de culto», afirman Sara Lago y Ana Iriberri personal shoppers y
directoras de la agencia Tu Asesor de Imagen. «Un buen bolso es costoso, pero
se puede utilizar todos los días. Con la ropa no puedes hacerlo», añaden.
Suzanne Ferris, profesora universitaria y autora del volumen histórico
Footnotes: on shoes, considera que nos gastamos el dinero en ellos porque «no
podemos mirar la blusa que llevamos puesta, pero sí admirar a cada minuto la
belleza de nuestros zapatos y bolsos. Y eso refuerza nuestra autoestima».
Sin embargo, estos valores estéticos y
funcionales no explican totalmente su estrecha relación con la psique femenina.
La fascinación por ellos es relativamente reciente. «Cada época histórica tiene
fijación por un elemento del guardarropa. Las pelucas o los cuellos fueron en
su momento mapas que permitían adivinar cómo era la persona que los llevaba.
Hoy esa función la tienen los bolsos y el calzado», dice Fernando Aguileta,
periodista y profesor de Historia de la Moda en la escuela Bau de Barcelona.
La ciencia del bolso. Eleanor
Roosevelt acudía a las recepciones de Estado con una enorme bolsa de cuero
negro, inusual para una primera dama, de la que se esperaba por entonces que
llevara accesorios pequeños y lujosos. Su apariencia llevó a la periodista
Anita Daniels a escribir en The New York Times un ensayo titulado Bagology (en
español, Bolsología). «Muchos psicólogos creen que el modo en el que una mujer
lo lleva delata muchos rasgos de su personalidad. De la generosidad al egoísmo,
la confianza en sí misma o la inseguridad», contaba. Y añadía: «El hecho de que
la señora Roosevelt utilice uno tan grande y austero me hace pensar que ser la
mujer de presidente es, actualmente, un trabajo a tiempo completo como otro
cualquiera».
No andaba desencaminada. Los cambios
de estilo, tamaño y posición de estos accesorios responden a periodos de
transformación en la historia femenina: Coco Chanel ideó en los años 50 el
2.55, de asa larga, para que las mujeres, cada vez más activas, pudieran
llevarlo en bandolera o a la altura de la cadera. Los años 60 vieron el
nacimiento de los totes, un modelo de gran tamaño que se cuelga del hombro y
que respondía a las ansias de inconformismo de las jóvenes, las nuevas
protagonistas de la moda. Y el Birkin de Hermès nació cuando la actriz Jane Birkin
le contó al propietario de la marca la necesidad de llevar un bolso de gran
tamaño que pudiera colocarse de cualquier forma sin que se cayera su contenido.
Precisamente el contenido es lo que le
interesa a Debbie Percy, una psicóloga que practica handbag therapy, un
coaching que analiza los hábitos a la hora de llenarlo. «Se puede leer el
estado de la vida de un individuo», asegura. Otros, como la experta en lenguaje
corporal Patti Wood, prefieren analizar la forma de portarlo: posado en el
antebrazo sugiere superioridad; en la mano, decisión; en bandolera, sentido
práctico y pudor. Si sujetamos el asa colgada del hombro «damos a entender que
somos protectoras con el entorno», explica.
Sin embargo, el motivo de esta
estrecha asociación entre este complemento y su dueña, dicen algunos, es aun
más profundo. «El bolso se considera una parte privada de la mujer,
prácticamente un espacio donde las manos del hombre no son bienvenidas. Por eso
está cargado de simbolismo», apunta Eva Maldonado, psicóloga clínica. Durante
los siglos XVII y XIX se ocultaban bajo las faldas. De ahí que Freud se
atreviera a compararlos con los órganos sexuales femeninos.
La ideología del tacón. Si el bolso
está histórica y psicológicamente ligado a la identidad de las mujeres, el zapato
condensa toda la mitología en torno a la sexualidad y el poder. Los romanos
entregaban un par en las bodas para simbolizar el traspaso de autoridad. «Y
durante siglos, los tacones tuvieron que ver con la clase social. Cuanto más
altos, más notoriedad», explica Suzanne Ferris. Pero la verdadera asociación
entre sensualidad y stilettos llegó tras la Revolución Francesa «cuando el
hombre empezó a vestir de modo funcional y en la mujer primaban las modas y la
decoración», matiza Ferris. Entonces, los pies, como los bolsos, se escondían
bajo largos vestidos, y la psicología de aquella época, con Freud a la cabeza,
relacionó el tacón con el fetichismo. La cultura popular hizo el resto, los
hizo míticos: «Desde el zapato de cristal de la Cenicienta a las bailarinas de
Dorothy en el Mago de Oz», afirma Ferris.
Del poder al erotismo y de nuevo al
poder. Porque lo que en un primer momento se concibió como un elemento que
convertía a muchas mujeres en meros objetos de deseo, hoy sirve para reforzar
la autoestima de tantas otras. «Anatómicamente, producen una curvatura en la
espalda que realza el cuerpo. Nos sentimos más altas y esbeltas y por eso
provoca un efecto de empoderamiento», explica Maldonado.
Y, una vez más, la estrecha asociación
del zapato y su simbología permite a los psicólogos dilucidar cómo somos a
partir de los modelos que calzamos. «Los psiquiatras dicen que es una relación
sobredeterminada, porque en ellos pueden leerse múltiples facetas de la
personalidad», cuenta la historiadora Valerie Steele al inicio del libro Shoe
Obsession. Lo apoya un famoso estudio de la Universidad de Kansas llevado a
cabo en 2012: «Hemos podido adivinar el 90% de los rasgos principales de los
participantes juzgando su calzado», relata el informe del equipo en la revista
médica Journal Research of Personality. Variables como la altura, la forma, el
material o el estado de conservación casaban perfectamente con el grado de
seguridad y el estilo de vida de sus dueños.
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